Inaugugardo en 1965, sus fondos están distribuidos a lo largo de cinco capillas que tuvieron un carácter funerario dentro de la vieja colegiata y que han sido restauradas y acondicionadas inteligentemente. La capilla de San Llorente, primera de la serie, se construyó a partir de 1345 cubriéndose con dos hermosas cúpulas mudéjares decoradas con motivos geométricos y heráldicos; en ella se exhiben piezas muy importantes como los sepulcros del siglo XIII, procedentes del monasterio bernardo de Palazuelos, varias esculturas de Alejo de Vahía, un relieve de la Piedad, original de Francisco Giralte; una terracota de tema similar modelada por Juni a quien también corresponde el maravilloso y patético busto del Ecce Homo. El grupo de San Martín con el pobre lo hizo Gregorio Fernández, siendo su primera obra conocida; y la elegante y compungida Magdalena es obra de Pedro de Avila.
Desde la capilla anterior se pasa a la Sala Capitular cuya sillería fue tallada en 1764 por Felipe Espinabete; el Apostolado que cuelga de sus muros lo pintó el conquense Cristóbal García Salmerón, discípulo de Orrente y el Cristo que preside la sala, aunque lastimosamente reformado, es obra de Gregorio Fernández.
En la capilla de Santo Tomás, edificada después de 1333, se ha colocado una colección de Vírgenes, la mayoría góticas y un retablo que procede de la Antigua, con pinturas dedicadas a Santa Ana y adscritas al Maestro de Gamonal. Desde su recinto se pasa al único resto visible del claustro primitivo en el que se encuentra la portada sur de la Colegiata, formidable ejemplar de sobrio estilo cisterciense. Cobijado en su interior figura un lacerante grupo del LLanto sobre Cristo muerto, de estilo hispanoflamenco y atribuido al maestro de San Pablo de la Moraleja, cuyo fuerte expresionismo contrasta con la elegancia de los atavíos. A Gregorio Fernández pertenece el delicioso arcángel San Gabriel, de movida y cadenciosa silueta y muy importante, por ser uno de los pocos desnudos de nuestra escultura. Los sitiales proceden del coro de la capilla del Colegio de San Gregorio y las puertas que se hallan distribuídas por varias capillas del Museo formaron en su día los respaldares de la sillería hispanoflamenca de la Colegiata.
La capilla siguiente a la anterior estuvo dedicada a San Blas y San Juan Evangelista y se construyó en 1337; desde su interior es perfectamente visible la estructura inferior de la torre románica de la Colegiata, que también desempeñaba la misión de pórtico.
La orfebrería del Museo ha sido instalada en este recinto, siendo un buen ejemplo de artificiosidad la colocación de la custodia procesional de la catedral realizada por Juan de Aríe en 1590. El resto del teroro lo integran el altar de plata de la patrona del Cabildo labrado en exquisito estilo rococó por el vallisoletano Miguel Fernández y el cordobés Damián de Castro: la cruz renacentista de Manzanilo, original del palentino Paredes, cálices, copones y navetas góticas y renacentistas de diversas parroquias, una formidable cruz de cristal de roca, marfiles, etc.
La capilla de Santa Inés se cierra con un artesonado mudéjar y quizá sea la que mejor conserve su ambiente funerario; en ella se encuentra un Ecce Homo original de Gregorio Fernández, joya cumbre de nuestra escultura naturalista por su acabado estudio anatómico y la captación admirable de sentimientos. La última sala del Museo está dedicada a fondos pictóricos, mostrándose varias pinturas del Maestro de Portillo y del de Osma, otras originales de los vallisoletanos Francisco Martínez, Diego Valentín Díaz y Felipe Gil de Mena, artistas del siglo XVI, y un excelente lienzo, con el tema de San Pedro Regalado resucitando para dar de comer a un mendigo, original del pintor romano Plácido Costanzi que lo pintaría en 1746, fecha en que fue canonizado el santo vallisoletano.
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