Desaparecido en la oscuridad, con el corazón acelerado y por el miedo invadido, me encuentro entre rocas y una cima de pendiente muy pronunciada, esperando el auxilio del batallón para emprender aquella batalla que era solo de hombres, cara a cara y cuerpo a cuerpo en menos de un metro.
Lejos de casa y de la gente que amas, sin edad para lucha, ni para ver una película X, ni tan siquiera para tomar una copa en un bar, sacrificándote por un país, enfrentando a la muerte que estremece fuerte, ansiedad sin control ni respiración, avanzando al galope del corazón.
Disciplina de una rebeldía de un hombre fuerte que soñaba con ser jugador, asaltando los cielos y formador de jóvenes como yo, haciendo apenas amigos de gente alegre, de amantes delirantes, tranquilos y confiables, y algún buen tirador, o de un cabeza rapada que a lo John Travolta bailaba y que como buen líder a su alrededor a la gente acercaba y con su labia embelesaba, mientras a la familia terriblemente extrañaba, y a la que alguna vez tras una larga cola, llamaba sin poder decirles cuando a casa regresaba.
Viaje de alegría y diversión, pues de aventura era la sensación, cuando supimos que nos hundieron un destructor y nuestra esperanza de regresar a casa disolvió.
Marcha de 80 millas o más sobre una tierra que parecía nos iba a tragar a velocidad vertiginosa y con una sensación más que peligrosa.
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