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martes, 9 de octubre de 2012

Valladolid. Museos y edificios civiles. Museo Nacional de Escultura (3ª parte)

La escultura barroca está ampliamente representada. Del gallego Gregorio Fernández (1576-1636) se guardan algunas de sus mejores producciones a través de las que pueden apreciarse las cotas más altas alcanzadas por el naturalismo español. En su Piedad (1616) acompañada de Gestas y Dimas, que formó en su día "paso procesional" de la penitencial de las Angustias, además de demostrar profundos conocimientos anatómicos, el artista ahondó en el dolor humano ante el drama tanto con los gestos como con la composición. Si el San Pedro en cátedra (1625) personifica un tipo humano muy concreto, exento de todo idealismo en su rostro y en el aplomo de su figura, en cambio la Santa Teresa (1625) protagoniza el anhelo más sublime de misticismo y éxtasis. En el Bautismo de Cristo (1630) procedente del convento de carmelitas descalzos, el escultor creó dos de sus mejores y más bellas cabezas, pudiéndose apreciar también cómo concibe el relieve escultórico. Su Cristo yacente, en depósito del Museo del Prado, fue tallado para los juesuitas madrileños y se cuenta entre los mejores ejemplares de este tipo de "desnudo a lo divino" popularizado por Fernández.

De la escuela andaluza y también depositada por el Prado, se conserva la compugida Magdalena que talló en 1664 el granadino Pedro de Mena, que patentiza cómo su autor supo comprender el tema del ascetismo. La escultura madrileña está presente a través de la dramática Cabeza de San Pablo tallado por el asturiano Juan Alonso Villabrille y Ron, que constituye el ejemplo más exacerbado y naturalista del barroco español, aunque el artista no careció de cualidades para plasmar la alegría y el encanto como demuestra en su grupo de la Virgen niña acompañada de sus padres. A Pablo González Velázquez corresponden las agitadas figuras de San Joaquín y Santa Ana y de Luis Salvador Carmona son un bellísimo Crucifijo y la Santa Librada, cuya rara iconografía contrasta con la dulzura de su expresión y la exquisitez de su policromía. Gracias a la sillería del convento de San Francisco, ensamblada por fray Jacinto Sierra en 1735, su hermano el riosecano Pedro de Sierra pudo dejar amplia constancia de su arte y formación rococó a pesar de que no faltan crueles representaciones del martiriologio franciscano. Muy próxima a su estilo se encuentra la estremecedora figura de la Muerte, cumbre de la retórica y expresividad barrocas.

La pintura del Renacimiento y del Barroco tienen dedicadas varias salas en este Museo de escultura. Del siglo XVI se exhiben además de una Crucifixión del taller de Alonso Berruguete, varias tablas del denominado Maestro de San Antonio y una bella copia de la Virgen de la Rosa que pintó Rafael. La época barrioca tiene más amplia representación y cuenta con originales de Vicente Carducho, Pantoja de la Cruz, Zurbarán, Meneses Osorio y Luis Meléndez.

Aunque pendientes de exposición permanente digan se guardan igualmente en Museo algunos de los "pasos procesionales" que desfilan durante la Semana Santa, compuestos con figuras realizadas por Francisco Rincón, Gregorio Fernández, Juan de Avila, Alonso de ROzas y otros artistas menores que durante todo el siglo XVII mantuvieron con calidad aceptable la tradición escultórica indicada en el taller de los grandes imagineros. El drama religioso sacada a la calle, expuesto ante el pueblo y en el que éste tuvo una amplia participación, puede comprenderse perfectamente con la visión de las expresiones o sentimientos representados por estas figuras enteramente talladas en madera.

El Museo cuenta con otro edificio, situado enfrente del principal, destinado provisionalmente a exhibiciones temporales. Fue sede de la representación del Gobierno Civil hasta 1982.

Debió de construirse hacia 1560 y tal vez su autor fuera el arquitecto Juan de la Lastra dada la similitud que presenta con la casa que éste construyó para el licenciado Butrón (C/ San Diego). En 1557 el rejero Francisco Martínez contrataba las rejas de las ventanas de su patio en las que campea la heráldica de sus antiguos propietarios el matrimonio formado por D. Antionio Velasco y ROjas, Consejero de Estado y Guerra, y Dª Francisca de Silva. En esta vivienda, aún sin concluir, se hospedó el Emperador cuando en 1556 llegó a Valladolid camino de su retiro de Yuste. En el siglo XVIII pasó a ser propiedad de los Marqueses de Villena.

El edificio fue ampliamente restaurado y modificado en su exterior en el siglo XIX pero conserva sin alteración su portada principal y el proporcionado patio, de dos pisos de arquerías en tres de sus lados, con arcos de medio punto soportados por elegantes columnas jónicas. Los medallones de las enjutas corresponden a la restauración del escultor Vicente Caballero. La escalera, de proporciones majestuosas, ha perdido el artesonadocon que estuvo cubierta primitivamente.

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