Buscador

Búsqueda personalizada

lunes, 8 de octubre de 2012

Valladolid. Museos y edificios civiles. Museo Nacional de Escultura (2ª parte)

De planta cuadrada, sus dos pisos se levantan sobre pilares helicoidales, muy esbeltos los inferiores, decorados sus capiteles con medias bolas y lises y separados ambos por el tema de la cadena. En las arquerías del piso superior se concentra toda la decoración mediante calados petriles de tracería góticas y cortinas pétreas que al abrirse en dos originan arcos geminados, de guirnaldas y follage, entre los que juguetean niños, concebido con una talla muy plana y próxima al gusto renacentista. Un friso de yugos y flechas y las gárgolas monstruosas es lo único conservado de su antiguo coronamiento.

El acceso al piso alto se realiza a través de una escalera de ida y vuelta, que constituye uno de los mejores logros de convivencia estilística, ya que a sus petriles góticos suceden los paramentos almohadillados de su caja decorada también con el timbre heráldico del fundador y con un espléndido artesonado mudéjar, en cuyo friso se pueden distinguir las iniciales de los monarcas Católicos y que cierra todo su ámbito.

La capilla del Colegio en la que decidió enterrarse el obispo dominicano debió de iniciarse en 1484 no términandose hasta después de seis años según reza una inscripción. Su construcción, a cargo de los maestros Juan Guas y Juan de Talavera, no estuvo exenta de incidentes como la crítica y multa que se impuso a sus artífices en 148 por haberse considerado defectuosa su fábrica. Su estructura es muy sencilla, contando de dos tramos rectangulares y un ábside poligonal, cubiertos con bóveda de crucería cuyos nervios se apoyan en ménsulas decoradas con esculturas de ángeles tenantes con las armas del patrono que acusan los caracteres de la escuela toledana. En 1499 se adosó a la capilla una espaciosa sacristía de dos pisos, situada a los pies y comunicada con la iglesia de San Pablo, cuya obra corrió por cuenta de Simón de Colonia al que también se le encargó la construcción de un corredor, hoy desaparecido, que unía el Colegio con su capilla.

No son abundantes los fondos medievales expuestos en el Museo pero no por ello faltan obras excepcionales de ese período artístico del que existen piezas del siglo XIII, góticas, representando los temas de la Virgen con Niño o Crucifijos; pero las obras medievales más importantes son las de cronología más avanzada como el grupo en piedra de la Anunciación procedente de la fachada del desaparecido Hospital de Esgueva, de hacia 1440 en el más delicioso y encantador estilo internacional, o la Piedad, también en piedra, de gesto compungido y rígido tratamiento en la figura del Cristo muerto que tuvo la advocación de Nuestra Señora de las Angustias, donación de Juan II al obispo Sancho de Rojas para su capilla del monasterio de San Benito y que es obra de algun taller austrobohemio anterior a 1415. No es ésta la única obra de importación conservada en el Museo Pues esta misma condición posee el espectacular retablo flamenco procedente de la capilla del Santo Cristo del desaparecido monasterio de San Francisco; tallado en nogal ennegrecido, probablemente sea obra del taller bruselés de Jean Borman en la segunda mitad del siglo XV, en el que constrasta el expresionismo de su escena central -el llanto sobre Cristo muerto- con el naturalismo y cotidianidad de las escenas colaterales, tratadas con un gran lujo de detalles. Entre la escultura funeraria hay que destacar la figura yacente del IV Conde de Benavente, don Rodrigo Alonso Pimentel (fallecido 1491) tallada en nogal y probable obra de un artista alemán.

Mucho más escasa, pero de tan singular importancia como las piezas escultóricas citadas, es la pintura que se exhibe en el Museo. De escuela hispano-flamenca castellana son las soberbias tablas que representan a San Antonio y San Luis de Tolosa que corresponden a la personalidad agrupada bajo el nombre de Maestro de San Ildefonso, están concebidas con una elegancia que casi logra hacer olvidar la dureza metálica de su apurado dibujo. En relación con este anónimo maestro están otras tablas de Santos emparejados: San Pedro y San Pablo, Santiago y San Andrés, mientras que al Maestro de Osma, en su etapa formativa, corresponderán las de Santa Ana Triple y San Antonio de Padua. Al llamado Maestro de la colección Pacully, estrechamente vinculado con Memling y con Fernando Gallego, pertenecen las pequeñas tablas de San Leandro y San Isidoro, fechadas hacia 1500. El conjunto que se ha conservado intacto es el pequeño retablo procedente del monasterio jerónimo de la Mejorada en Olmedo, realizado por Jorge Inglés hacia 1470 seguramente por encargo de Juan Rodríguez de Fonseca, con escenas de la Vida de San Jerónimo en las que no están ausentes ni lo anecdótico ni los convencionalismos compositivos góticos.


La escultura del Renacimiento español se encuentra excelentemente representada por dos de sus "aguilas" más destacadas: Alonso Berruguete (1490-1561) y Juan de Juni (1507-1577). Del escultor de Paredes de Nava son dos retablos que proceden del monasterio de la Mejorada y de San Benito el Real de Valladolid. El primero, instalado en la capilla del Museo, fue contratado por el artista en 1523, sustituyendo a Vasco de la Zarza, y finalizado dos años más tarde. De diseño plateresco, sus medallones y relieves expresan ya la libertad conceptual de composición del artista tanto como la delicadeza o el dramatismo exacerbado que caracteriza a su obra posterior. Los restos del retablo mayor del monasterio de San Benito, cuya traza podemos imaginar gracias a una pintura que lo reconstruye, ocupan tres salas del Museo. Berruguete lo inició en 1526 y su arquitectura tiene una gran relación con el retablo del altar Piccolomini de la Catedral de Siena. Como corresponde a obra tan ambiciosa por el gran número de figuras, relieves y pinturas que lo integraron, su proceso de realización fue lento y el retablo no se terminó hasta 1533. En algunas de sus esculturas el recuerdo de Donatello es muy patente, pero también se acusan de Rustici y especialmente una marcada inspiración miguelangelesca. El conocimiento de la obra de Leonardo se adivina tanto en sus pinturas como en algún relieve y es indiscutible el carácter avanzado de obra tan temprana dentro de la génesis de nuestro manierismo hispánico. También es admirable el Ecce Homo colocado en la primera sala dedicada al escultur, por la melancolía de su rostro y la inestabilidad que emana su figura y corresponderá a una fase temprana de su producción.

La obra que del francés Juni se guarda en el Museo es inferior en número, pero espectacular por su calidad y su riqueza expresiva. Su Entierro de Cristo, realizado entre 1541-1544 para la capilla funeraria del franciscano Alonso de Guevara, resume a la perfección el interés que tuvo el artista por la composición ordenada en contraste con las actitudes más violentas y dramáticas expresadas por sus personajes, así como su preocupación por dotar a sus figuras de una exquisita policromía. Su San Juan Bautista evidencia en su forzada disposición la admiración que sintió el escultor por el grupo del Laoconte helenístico y esta procupación clasicista figura también en otras cabezas del mencionado Entierro como en la del Cristo yacente, trasunto admirable de Zeus olímpico. La Magdalena, tallada junto con el San Juan Bautista en 1551 para un retablo del monasterio de San Benito, presenta la evidente contradicción entre la sensualidad de sus formas y atuendo y el arrepentimiento que de lata su compungido rostro. Excelente definidor de caracteres humanos el rostro de Santa Ana acusa el cansancio y anhelo final de una persona anciana y no parece trabajado en madera sino modelado en barro, material éste tan querido por Juni. El San Antonio de Padua, inserto en un movimiento helicoidal y angustioso, expresa el arrobamiento de la conversación mística.

Otras obras del siglo XVI acompañan dignamente las de estos dos grandes artistas. Felipe Virgany representa la escuela burgalesa con el monumento funerario de don Diego de Avellaneda, obispo de Tuy, contratado en 1536 para el monasterio soriano de Espeja. Tallado en alabastro, el obispo figura en actitud orante acompañado de santos protectores y de un acólito; toda la obra expresa, además de solemnidad, el gran virtuosismo técnico que alcanzó su autor dentro de la corrección clasicista de su etapa final. Al burgalés Diego Siloé corresponde el delicioso grupo de la Sagrada Familia con San Juan niño, en madera sin policromar, rítmicamente compouesto y con un grado de intimidad muy elevado. Los berruguetescos Juan de Cambrai, Cornieles de Holanda, Leonarde de Carrión y Diego Rodríguez demuestran con sus obras el nivel de los talleres locales de mediados del siglo XVI.

En la sala que ocupó primitivamente la biblioteca del Colegio, flanqueada por dos espacios cubiertos por ricos artesonados mudéjares, se halla instalada la sillería de la Congregación benedictina que perteneció al monasterio vallisoletano de San Benito el Real y cuya construcción se decidió en 1526. Su traza y dirección correspondió a Andrés de Nájera, mientras que Guillén de Holanda actuó de entallador, ensamblando los distintos relieves, efectuados por un extenso equipo de escultores, en los que se narran escenas evangélicas o santos titulares de los monasterios integrados en la congregación vallisoletana, destacando los alusivos a San Juan Bautista, obras de Diego de Siloé. La sillería, en madera de nogal sin policromar, a excepción del sitial del abad de Valladolid, constituye la ejemplificación del virtuosismo que lograron los entalladolres burgaleses al lograr coordinar el trabajo de la talla con las labores de taracea o con el manejo de grabados como fuentes para su inspiración.

El tránsito al siglo XVII entre los fondos del Museo se realiza a través del milanés Pompeo Leoni, del que se conserva además de las esculturas que contrató en 1605 para el convento de San Diego de Valladolid, frías, grandielocuentes y con amplia participación de colaboradores, los bultos orantes y solemnes, fundidos en bronce dorado al fuego, de los Duques de Lerma, en cuyo largo proceso de factura intervino el famoso obrebre Juan de Arfe y en los que se evidencia el recuerdo escurialense. Junto a su altísima calidad la obra de los últimos romanistas vallisoletanos Adrán Alvarez o Pedro de la Cuadra no puede ser alabada al encontrase, además desvinculada de los ambientes arquitectónicos para los que se realizaron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario