No son numerosas las estatuas levantadas en Valladolid en memoria de sus hijos ilustres o recordatorias de su pasado, ni tampoco correspondió su realización a los más afamados escultores. La primera que se colocó fue la dedicada a Miguel de Cervantes en 1877 (Pl. Universidad), fundida en hierro, obra del madrileño Nicolás Fernandez de la Oliva, que intentó emular la que efectuó Solá en Madrid. La del poeta Jose Zorrila preside desde 1900 la plaza de su nombre, aunque tenga más calidad la laegoría de la Poesía colocada en su pedestal, ambas originales del riosecano Aurelio Carretero, como también de este mismo autor es la del Conde don Pedro Ansúrez (Pl. Mayor) cuya arrogante figura recuerda los tiempos medievales de la población. En 1905 se colocó el grandioso y bien pensado monumento a Cristóbal Colón ideado por el sevillano Antonio Susillo y que la guerra de 1898 impidió levantar en La Habana. El busto del alcalde Miguel Iscar, en los jardines del Campo Grande, fue también obra (1907) de Carretero y se pensó que la escultura iniciaría una serie dedicada a vallisoletanos ilustres. Al mismo alcalde se había dedicado la fuente más hermosa de las construídas en la ciudad, la de la Fama, cuya escultura hizo Mariano Chicote. El Arma de Caballería fue glorificada por M. Benlliure en 1931 el realizar la alegoría al escuadrón de jinetes Cazadires de Alcántara. Al poeta Núñez de Arce se le recuerda en el Campo Grande con el sencillo monumento efectuado por segoviano Emiliano Barral en 1932. El último grupo, erigido en los jardines de la Rosaleda, se dedicó en 1969 a los Reyes Católicos en el V Centenario de su matrimonio, correspondiendo su ejecución al vallisoletano Antonio Vaquero.
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