La tartamudez consiste en la interrupción en la fluidez de la expresió verbal, caracterizada por el bloqueo, repetición o prolongación en la pronunciación de diferentes partes de las palabras (no todas las personas que tartamudean lo hacen de la misma forma) y que la persona no puede controlar voluntariamente. Se inicia en la infancia, siendo más frecuente en niños que en niñas, y se hace más evidente en situaciones de estrés.
En su origen habría tanto factores biológicos (existe una indudable influencia genética) como psicológicos o sociales, especialmente durante la fase de desarrollo del lenguaje, aunque se desconoce relamente cuál es la causa última. Lo cierto es que no se relaciona con ninguna enfermedad específica a nivel neurológico ni de los aparatos fonatorios o articulatorio, y las personas que la presentan son tan inteligentes como el resto.
En muchos casos, la tartamudez es pasajera, resolviéndose espontáneamente conforme el niño crece. Cuando no es así, el tratamiento logopédico puede ser de gran ayuda. Se calcula que hasta un 2% de los adultos la presenta con mayor o menor intensidad.
Por lo que respecta a cómo actuar ante una persona que tartamudea, debe de hacerse con absoluta normalidad, procurando mantener el contacto visual. Debe evitarse anticipar el final de las frases, o los comentarios del tipo "tranquilizate y habla más despacio" o "ahora lo has hecho muy bien", que lo único que consiguen es que la persona se sienta en tensión o constantemente evaluada.
Las mismas recomendaciones valen si tiene que mantener una conversación telefónica con una persona que tartamudea.
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