La memoria es un intrumento esencial para la vida. Sin ella, desprovistos de pasado, no podríamos mantener nuestras relaciones personales y tendríamos gandes dificultades para mantener nuestra independencia funcional.
Podemos distinguir, de forma muy general, dos tipos principales de memoria: la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo. La memoria a corto plazo nos permite retener de forma momentánea la informanción que nos llega en cada momento, aunque sólo una parte mínima queda registrada de forma duradera en nuestro cerebro. La memoria a largo plazo es la que nos permite recuperar acontecimientos y conocimientos pasados, ya fijados en nuestros circuitos neuronales.
Obviamente, no todo el mundo tiene la misma capacidad meorística, ni ésta se mantiene en el mismo estado a lo largo de la vida. En muchos casos, cuando una persona se queja de tener menos memoria que años atrás en realidad no presenta ningún problema serio. Lo que ocurre es que, con el paso de los años, la memoria a corto plazo pierde cierta eficacia (siempre teniendo en cuenta las diferencias individuales), pero ello no afecta a nuestra vida cotidiana. La memoria a largo plazo, en cambio, suele resistir mejor el paso de los años.
Lo que sí resulta indiscutible es que el estrés tiene gran influencia en el funcionamiento de la memoria y de otras funciones cerebrales, pues provoca una disminución en la capacidad de concentración, de forma que resulta más dificil retener los acontecimientos y, por tanto, poder recordarlos después.
Entre los problemas de memoria verdaderamente relacionados con un probelma de salud, deben distinguirse aquellos que ocurren de forma más o menos repentina de aquellos que se producen de forma progresiva. En este ultimo caso, destaca por su especial transcendencia la enfermedad de Alzheimer.
Mediante un test de memoria, el médico puede evaluar su situación y determinar un diagnóstico.
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