Sin interés en su exterior presenta, en cambio, un interior que acusa la dignidad artística que tuvo la zona donde se alza el templo. Iniciado en el siglo XVI, su cabecera se cubre con bóveda de crucería estrellada. El resto se edificó a partir de 1633 por Francisco Bajo y Juan de Répide, que construyeron una nave cubierta con bóveda decorada con yeserías y capillas hornacinas muy poco profundas.
El templo conserva una buena batería de retablos rococós, habiéndose realizado en este mismo estilo el mayor, terminado en 1758 y dorado al año siguiente, con apreciables esculturas de San Juan Bautista, San Antonio de Padua, San Pedro y la Asunción. Probablemente su trada fue debida al ensamblador Antonio Bahamonde que construyó en 1754 el de la Virgen de los Dolores cuya titular había realizado el escultor José Fernández en 1752. Lo más notable de la iglesia es el Cristo de la Espiga, obra del tercer cuarto del siglo XIII, que tuvo especial devoción por su intercesión ante la sequía pertinaz. En la sacristía existe, maltratada, una pintura de Andrés Amaya representando a San Joaquín.
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